Amor por los chicos malos

Desde que se puso de moda la TV a la carta, abandoné la tiranía de los días y horarios. Ahora disfruto de las famosas series norteamericanas, que de tan buena reputación gozan, en la comodidad de mis madrugadas, siestas, mañanas de feriados y atardeceres de fines de semana largos.
Gracias al download, vi “The Sopranos”, “Breaking Bad” y “Mad Med”, que recientemente emitió su último capítulo. Por estos días, ocupo 50 minutos de mis jornadas viendo a Kevin Spacey encarnar a Frank Underwood en “House of cards”.
Cuando hago esta memoria, no dejo de pensar que todas estas series están encabezadas por hombres. Sin embargo, lo más interesante es que no se trata de cualquier tipo de hombres. Tony, Walter, Don y por supuesto Frank, no son héroes. De hecho, están más cerca de los villanos.
Machistas, mentirosos, perversos, incoherentes, asesinos, ambiciosos, inescrupulosos y me quedo corta de adjetivos cuando pienso en ellos. 
Entonces me pregunto, ¿por qué los amo? ¿Por qué cada vez que terminaba un capítulo lo lamento?
Ninguno de ellos, salvo Don Draper, es joven. Tampoco particularmente good looking al estilo Jon Snow que tanto deseamos. Por su parte Don, con las cantidades industriales de alcohol que ingiere, y con las infidelidades repetidas hacia sus mujeres, rápidamente se convierte para cualquiera, más allá de su belleza física, en despreciable. 
Entonces, donde reside la simpatía?
Pienso en las varias series que llevo viendo y ni Jack de Lost, ni el recién mencionado Jon Snow, ni el protector Rick Grimes me generan la empatía que estos malos.
Entonces, busco las respuestas en sus actuaciones, que han sido todas multipremiadas y destacadas por gente que sabe del tema; pienso en la producción, en el vestuario, en las historias que cuentan… y sin embargo, no estoy segura.
Buscando la respuesta, recuerdo un capítulo de Los Sopranos. Tony era un mafioso que tenía como pantalla una carnicería. Sin embargo, el dinero le llegaba en efectivo desde sus verdaderos y non sanctos negocios. Esos billetes no podían ir al banco, entonces él los escondía en su casa. Si, en esa casa que compartía con su esposa Carmela y los dos hijos de ambos. Ellos, supuestamente no sabían nada. Él no les decía, y ellos, o al menos Carmela, podían ser felizmente ignorantes. Sin embargo, en un capítulo, Carmela quiere llevar adelante un emprendimiento personal y le roba. 
Primero parece que él no se da cuenta. La relación sigue en sus términos de normalidad. Pero llega el capítulo del reclamo. Ese en el que una cree que todo se viene abajo. “Ahora él la deja”, o “la manda a matar” (porque Tony mata a todos los que no están de acuerdo con él) pienso.  Sin embargo… más que unos grititos (y lo digo en estos términos teniendo en cuenta el nivel de violencia que se manejaba en esa pareja)… nada. Él se queda con la humillación de que su mujer le haya robado, y encima, se lo niegue.
En Mad Men, Betty le pide el divorcio a Don tras años y años de infidelidades, indiferencia, maltratos y usos como trofeo.  Un tiempo después, cuando ya ambos han conformado nuevas familias, y pasan una noche juntos, ella le dice “La peor manera de acercarse a vos es a través del amor”. Por primera vez, él puede ver a su ex -mujer en la complejidad que antes tuvo cegada, pero esta vez, acompañada de otro hombre.
En Breaking Bad, el personaje de Skyler es total y absolutamente fascinante. De la cándida mamá de un adolescente con discapacidad y embarazada, a la helada esposa de un prófugo. Ella ayuda a Walter todo lo que puede, pero eso mina su confianza y su amor. Al final, no hay ruegos posibles. Ella cerró la puerta y se convirtió en una mujer casi tan desalmada como él. Allí, todos se hicieron malos.
Y Claire… Ooohhh Claire es el amor. No alcanzan las palabras para decirla. Una mujer que es demasiado buena para su marido y que sin embargo, sabiéndolo, lo ayuda, lo potencia, lo crea, lo hace Hombre.
Con todo esto, me vuelvo a preguntar ¿por qué amé tanto a estos personajes?
Y la respuesta que me cae es: por sus carencias. 
Todos están un poquito rotos, un poquito incompletos, tratan de ocultarlo detrás de todas las fachadas posibles, desde la violencia y el dinero hasta con el traje y la mentira… pero la magia de las historias que han creado esos guionistas nos permite a los espectadores conocerlos en sus punto flacos, en sus miserias, en eso que los hace despreciables y a la vez, plausibles de ser amados. 
Pero hay algo más. En las series que he reseñado, todas las mujeres (Sean esposas, hijas, amantes, socias, o secretarias, aunque aquí solo haya mencionado a las parejas) tienen un papel preponderante. Son las que conocen las debilidades. Talvez inician con personalidades inocentes, pero, para identificación de quienes miramos, adquieren la fuerza suficiente para ser personajes tan complejos y llenos de matices como los masculinos. 
Ellas también mienten, son infieles, tienen sexo casual, gritan, se enojan, abandonan, delinquen, ambicionan, olvidan los escrúpulos frente sus objetivos y siguen adelante, a veces amando, a veces olvidando, pero siguen.
Entonces me pregunto ¿Quién quiere al hombre perfecto? ¿Para qué querríamos un héroe omnipotente al lado de quien nunca podríamos desplegar nuestros encantos, ni nuestras miserias?¿Por qué la chica debería quedarse esperando a ese señor que soluciona problemas, resuelve vidas y da la felicidad para siempre? ¿Cuánto esfuerzo nos requeriría ser compañeras de estos hombres perfectos? Ese que es tan bueno, tan ético, tan piadoso y, por suerte, tan… inexistente. 
Me alegro, y vuelvo a enamorarme de estos viejos, gordos, pelados, fumadores y gritones porque, si bien son personajes de ficción, están mucho más cerca de los reales. 

De mi madre, trabajo y tiempo libre

Esta mañana hablé con mi mami. Ella me dijo que estaba preocupada. Ayer se rompió mi celular y anoche no atendí el teléfono fijo… y esta mañana, hasta las 11, tampoco. Después de explicarle el porqué de mi desaparición y el horario de mi última conexión en el whatsapp ella me dijo: “Bueno, me alegro que estés bien. Nos vemos después. Feliz día del trabajador”.
Vine a la compu a mirar el Facebook y todo el mundo se estaba (auto) saludando con mensajitos por el día del trabajo. Entre mis contactos, abundan las personas que viven de generar contenidos, así que ahí estaban lxs diseñadorxs gráficxs, lxs periodistas, lxs fotógrafxs, etc. etc.
En los mensajes privados, nuevamente, tenía uno de mi madre, en el que también me decía, y con mayúsculas, FELIZ DÍA DEL TRABAJADOR.
Amén de mi particular situación laboral, pensé en ella, en su vida de maestra y de profe. La recordé cuando yo era chica y ella tenía más o menos la misma edad que yo tengo hoy, llegando a casa por las tardes, o noches y ayudándome a mí y a mi hermano a hacer los deberes, y cocinando. Pensé en su cuerpo, en su vida de ese entonces y me pregunté cuales habrán sido sus sueños, qué cosas habrá tenido ganas de hacer realmente y si es que habrá conseguido hacer alguna.
Y me acordé de algo que le dije ayer a mi amiga Julieta: “Que bien que me funciona la cabeza cuando no trabajo”. Entonces está aquí este feriado… y el del lunes pasado… y el fin de semana de mañana y del domingo y yo los miro con mis textos en la mesa, con un Word en blanco, con la carpeta de descargas llena y con la auto-promesa de leer, ver y escribir… y hacer algo con todo lo que produce mi cabeza esos días en que no la tengo ocupada con el cumplimiento de un horario en una oficina.
¿Pensar solamente en lo que quiero pensar sería un trabajo? ¿Dedicarme a hacer solamente lo que quiero hacer sería un trabajo?
Me respondo que evidentemente no existen las perfecciones. Ninguna ocupación va a carecer de esos momentos aburridos en los que hay que hacer eso que nos aburre, que nos molesta, que nos hastía. Como tampoco va a dejar de existir la parte de la vida doméstica que es más trabajo que escribir, leer y mandar mails. Entonces aquí están los días para celebrar que todos los fines de mes el estado santiagueño me paga por dedicarle unas cuantas horas de mi día a pensar en lo que él necesita que piense (Digo necesita a falta de mejor palabra), y yo lo agarro contenta. No quisiera que sea conformismo, ni resignación, sino una manera de lograr que mi vida tenga color.
No llegaré a renunciar a mi trabajo para dedicarme a escribir, (principalmente porque yo trabajo en la profesión que elegí) pero puedo usar mis ratos libres para dedicarme a ser la persona que quiero ser, y por ahí, si queda un ratito, para cocinar, limpiar y planchar…

A la sombrita...

Como no podía seguir viviendo con la incertidumbre de que el resto de las mujeres sepan/ disfruten/ conozcan algo que yo no, me puse a leer 50 sombras de Grey.
Arranqué en la Pag. 80, porque obviamente quiero llegar rápido a lo importante.
Hasta la 157, de sexo, poco.
Lo que si encontré fue:
1) Él es millonario, tiene auto y es lindo (El sueño de muchxs).
2) Un contrato para que la chica haga gimnasia 4 veces por semana (Ojalá tuviera tiempo).
3) Un contrato para que la chica esté depilada siempre (Ay!).
4) Un contrato para que la chica no hable nunca de lo que pasa entre ellos (Esto me resulto demasiado familiar)
5) Ella se ruboriza cuando él le dice "Sos guapa" (No dejo de pensar en cual habrá sido la palabra en el idioma original: "Pretty", "Nice", "Good Looking". Según la traducción, dudo que haya sido "beatifull" o "gorgeus")
6) Él le va a dar dinero para que ella se vista como ÉL quiere. (WTF?!)
7) Y el aspecto que más ruido me hace. La chica tiene 21 años y nada de experiencia en el campo sexual porque “Ningún chico me ha…”.
Entonces empiezo a sospechar: ¿Era fea?, ¿Era reprimida? Si se ruboriza ante un halago tan básico como un "Sos guapa", evidentemente es muy insegura. ¿Nunca antes le dijeron, "sos linda"? ¿¿¿Dónde vivía??? ¿En un frasco? ¿En un convento? ¿Nadie la quería como para que de vez en cuando le haga un halaguito? Así es muy fácil caer en las garras de un tipo que pone todas las reglas y que lo único que da es dinero. Y recordemos que es millonario, así que el dinero es lo que menos le cuesta. He aqui el otro punto: De relación, ni hablar.
Que ella sea obediente y sumisa a él le da placer:

-"Y yo que obtengo?" le pregunta Ana
-"A mi" (Sic. Pag. 138) le contesta el muchacho.

¿A miiiii? ¿A mí cual juguete? ¿Objeto? ¿Pedazo de torta de chocolate? ¿Instrumento de qué? ¿De placer? ¿Sos un muñeco inflable papi/chiquito/mi amor? ¿Vibrador con piernas?
Y pienso: Aaaaahhhh la trampa es perfecta. Ella dice: Yo lo voy a cambiar. Y ahí empieza todo y, según sospecho, es lo que sostiene le historia,el conflicto a resolver, porque si no, ¿dónde está el argumento?
Él quiere coger. Ella quiere coger. ¿Cual es la historia?
Según leí en una nota de Página/12 ella le hace planteos “De minita”. Y es que si no hubiera algún tipo de resistencia, me parece, ¿a donde hubieran terminado estos textos?
Otro de los aspectos que me resultó sumamente inverosímil es que ella llega al orgasmo en el primer encuentro.
Aaaaaahhhh! Jajajajajaja!! 21 años de celibato y la primera vez que la tocan la chica ya conoce le petite morte.
¿Cuántas mujeres podemos encontrar en esto una identificación? Sinceramente, cuantas de nosotras empezamos sabiendo?
Y ¿Cuántas mujeres están dispuestas a firmar un contrato para hacer lo que él dice sin chistar?
Pensándolo un poco más, parece la fantasía de un hombre. La fantasía perfecta. Él pone las reglas. Ella no puede pedir explicaciones. Y para que no haya ningún lugar a dudas, malos entendidos o posibilidad de reclamo, está el papel firmado.
La pregunta que me asalta es “¿Esto nos calienta?”
¿Cuánto de excitante hay en esto más allá de la fantasía histérica “por mi va a cambiar”? ¿Hasta qué punto la historia se sostiene en el sexo por el sexo mismo?
Por esto, si de descripciones pormenorizadas del coito se trata, quería aportar para todos mis amigos y amigas, unos cuantos textos, que estuve recordando estos días (Abajo los links).
En ellos hay sexo y hay personas. Hay brutalidad, torpeza, sometimiento, sumisión, posiciones varias, fluir del pensamiento y diálogos en los que las personas se encuentran, disfrutan, gozan y dan rienda suelta a su sexualidad pudiendo ser tan humanos o tan animales como ellos puedan, y sin el límite de un papel firmado que, haciendo un asociación libre, suena más a matrimonio que a calentura.

Antieros

Por quien doblan las campanas - Cap. 37 (De E. Hemingway)

Así es que Robert Jordan estaba acostado junto a la muchacha y miraba pasar el tiempo en su reloj de pulsera. El tiempo pasaba lentamente, casi imperceptiblemente. El reloj era muy pequeño y no podía ver bien la aguja que marcaba los minutos. No obstante, a fuerza de observarla y de concentrarse acabó por adivinarla, por seguirla casi, a fuerza de atención. La cabeza de la muchacha estaba debajo de su barbilla y al moverla para mirar el reloj sentía el roce suave de la cabellera rapada, tan viva, sedosa y deslizante como el pelaje de una marta cuando, después de bien abierta la trampa, se saca al animalito y le golpea delicadamente para levantarle la piel.
Se le hacía un nudo en la garganta cuando rozaba el cabello de María y al abrazarla experimentaba una sensación de dolor, de vacío, que desde la garganta le recorría todo el cuerpo. Con la cabeza baja y los ojos fijos en la esfera del reloj, en donde la punta de lanza de la aguja fosforescente se movía lentamente hacia la izquierda, apretó a María contra sí como para retardar el paso del tiempo. No quería despertarla, pero no quería dejarla tranquila mientras el fin de la noche se acercaba. Posó sus labios detrás de la oreja y fue corriéndolos a lo largo del cuello sintiendo con delicia la piel lisa y el dulce contacto con los pequeños cabellos que crecían en la nuca. Veía la aguja deslizarse por la esfera y apretaba a María con más fuerza, pasándole la punta de la lengua por la mejilla y luego por el lóbulo de la oreja, siguiendo las graciosas circunvoluciones hasta llegar al firme extremo superior. Le temblaba la lengua y el temblor se adueñaba del vacío doloroso de su interior, mientras veía la aguja que señalaba los minutos formando un ángulo más agudo cada vez hacia el punto en donde señalaría una nueva hora. Como ella seguía durmiendo, le volvió la cabeza y apoyó los labios sobre los suyos. Los dejó allí, rozando apenas su boca, hinchada por el sueño, y luego los paseo por la boca de la muchacha en un roce suave y acariciador. Se volvió hacia ella y la sintió estremecerse todo lo largo de su cuerpo, ligero y esbelto. Ella suspiro en sueños y, dormida aún, se aferró a él, hasta que la tomó en sus brazos. Entonces se despertó, juntó sus labios con los de él, oprimiéndoles fuerte y firmemente, y él dijo:
-Pero el dolor…
-No hay dolor ahora- dijo ella
-Conejito
- No hables. No hables.
Estaban tan juntos, que mientras se movía la aguja que marcaba los minutos, aguja que él no veía ya, sabían que nada podía pasarle a uno sin que le pasara también al otro; que no podría pasarles nada sino eso; que eso era todo y siempre, el pasado, el presente y ese futuro desconocido. Lo que no iban a tener nunca, lo tenían. Lo tenían ahora y antes, y ahora, ahora y ahora. O ahora, ahora, ahora; este ahora único, este ahora por encima de todo; este ahora como no hubo otro, sino solo este ahora, y ahora es tu profeta. Ahora y por siempre jamás. Ven ahora, ahora, porque no hay otro ahora más que ahora. Si, ahora. Ahora, por favor, ahora; el único ahora. Nada más que ahora. ¿Y donde estás tu? ¿Y donde estoy yo? ¿Y donde está el otro? Ya no hay por qué; ya no habrá nunca por qué. Solo hay este ahora. Ni habrá nunca por qué. Solo este presente, y de ahora en adelante solo habrá ahora, siempre ahora, desde ahora solo un ahora; desde ahora solo hay uno, no hay otro más que uno; uno que asciende, parte, navega, se aleja, gira; uno y uno es uno; uno, uno, uno. Todavía uno, todavía uno, uno que desciende, uno suavemente, uno ansiadamente, uno gentilmente, uno felizmente; uno en la bondad, uno en la ternura, uno sobre la tierra, con los codos pegados a las ramas de los pinos, cortadas para hacer el lecho, con el perfume de las ramas del pino en la noche, sobre la tierra, definitivamente ahora con la mañana del día siguiente que va a venir. Luego dijo, porque lo otro lo dijo solamente in mente y no había hablado: -¡Oh, María, te quiero tanto! Gracias por esto…   

5. Súper polvo colmillito de elefante (De Cucurto)

“Cogeme, negro, cógeme”, venía gritando la adolescente bailarina de cumbia. “Que grandote y fuerte! Dame con todo, sacudime la persiana, enterramela hasta el fondo, enjuagame el duodeno.” Todo mientras Henry estacionaba y Suni entraba en la casa quejándose del bolonqui que armaron las negras en el auto. “Nada, che, cosa de negras”. “Mira que no te perdono”, le dijo Cucurto. Eso evidentemente la calentó más, a tal punto que comenzó a gritar y a suplicar “¡Por favor, reventame, negrote! ¡Dame con todo, teñime las tripas de blanco, pasteurizame el hígado!”. Dicho esto, y sin preámbulos ni alharacas de por medio, la desprejuiciada pubercita se arrodilló ante el Dios Morcillon del negro, al tiempo que se desprendía el sueter haciendo volar los tres botoncitos censores, dejando al descubierto un buen par de pechugas blancas. Con la lengua le bajaba el slip y con los labios le succionaba los huevos. Era increíble que con tantas cosas en la boca pudiera hablar, pero así sucedía: “Dale, yararacita de mi corazón, despertá mi vida. ¡Dale Tarzán, pela la liana! ¡Dale poroncha, escupime la carita! ¡Tirame cremita para el cutis!”. Cucurto no pudo soportar tanto cinismo dialéctico y la agarró fuerte de un brazo, la llevó para el jardín, le estampó un furioso beso tucumano y la arrojó sobre unas rosas carísimas traídas de Tokio. Por un momento se sintió Monzón filmando La Mary. Le levantó la pollera hasta más arriba del ombligo, le corrió la bombacha rosa y sin pestañear se la enterró hasta el fondo. Después la sacó y se la volvió a ensartar, ahora en estilo “gallinita”, con las piernitas bien arriba, pinchándose con las espinas picantes y jugosas de unas rosas traídas de Nigeria. ¡Oh rosas negras nigerianas, si hablaran! Las rosas negras se reentusiasmaron con el cuero grasiento de Cucurto… cuero a base de guissos carroñeros y tucos de mondongos… La tenía enterradísima bien en el fondo; gemía, elegante, la modelito para la cámara. ¡Si acá no hay cámara, atorranta! Contra todo pronóstico, la jovenzuela se desfaldó dando dos o tres saltitos hacia adelante como una conejita, quedando así de espaldas a Cucurto. Arrodillada como estaba en el pasto ralo se abrió las nalgas todo lo que pudo, casi hasta desgarrarse. El sexo trasero de la bailarina se abría como una flor nocturna. La sangre obedeció al llamado del músculo y Cucurto se le fue encima febrilmente. Le tironeaba los cabellos a un ritmo de hechicero tribal, mientras ella soportaba estoicamente los movimientos del músico. Washington depositó su primer voto ganador en la urna carnal. Después le devolvió una cana al perro, o le quitó un bigote al gato, lo mismo es. “¿Cómo te llamás?”. “Ari, Arielina”. “Te amo, mi amor. ¡Arielina!”, dejó entreoír Cucurto entre los jadeos y frases sueltas a la vez que le daba a la chiquilina un profundo beso de amor. “Y vos, me amás?” le preguntó. “¡Si ni siquiera se tu nombre!...”. “Igual, no me importa!”, “¡Si! ¡Si! ¡Te amo morochazo de mi vida!”, se estremecía la bailarina a medida que Cucurto bombeaba con más fuerza. “¡Morochazo porongudo y demoledor! ¡Me vas a dejar la concha como una cacerola!”, grito Arielina al borde del orgasmo. Los enormes ojos celestes se le aguaron, estaba cerca del llanto. Cucurto le daba tiernos besos en la nuca. Y le repetía mil veces que la amaba. La jovenzuela, para no ser menos, comenzó a tirarle los pelos de los huevos produciendo el efecto “palmadita”. Progresivamente se fueron poniendo en posición 69; Washington le mamaba la vagina y le sorbía el clítoris como si fuera la cantimplora de un maratonista después de una carrera. Ella no se quedaba atrás por nada del mundo y de vez en cuando ejecutaba alguna jugada maestra. Ahora le daba tiernos moriscos al grueso anillo de piel que se formaba alrededor del glande. La picha cucurtiana se hinchaba más y más a medida que recibía los golosos ejercicios, hasta que finalmente descargó un latigazo de frustradas cruzas, mestizajes y truncas descendencias. ¡Toda una generación acabada! ¡Tirada por la borda! ¡Hecha polvo! ¡Dentro de la boca de la apasionada señorita! Que, lejos de alejarse, succionaba más y más hasta tener la boca llena de generaciones enteras de paraguayitos y bailanteros; de deleitaba la niña con las generaciones en la boca. ¡Ah, el hermoso cuenco bucal de la bailarina es el hogar de esas generaciones que no serán! ¡Ah, la maternal vasija de saliva, calcio y sarro de la mejor cumbia del mundo! ¡Generaciones enteras que nunca bailarán! ¡Morochitas que nunca exhibirán su belleza en el fragor de la bailanta! ¡Músicos que nunca compondrán!... He aquí bailando por única vez, por única vez conviviendo en la boca de esta niña, en los labios apretados que le niegan el mundo. ¡La maliciosa boca de una mujer terminará acabando con generaciones enteras! ¡Sin duda, deliciosas criaturas perfumadas! ¡En el beso de sus boquitas pintadas se esconde el triste destino de la humanidad!
Al no poder soportar a tanta gente en su boca hecha líquido, la púber-impúber comenzó a soltar el semen por la nariz, algo nunca visto pero siempre oído: el legendario “colmillito de elefante”…

La imaginación del desastre (Susan Sontag)


La película de ciencia ficción típica tiene una forma tan predecible como la de un western, y está constituida por elementos que, para el que para el que está acostumbrado, son tan clásicos como la pelea del salón, la maestra rubia del este y el duelo a revolver de la desierta calle mayor.
Un guión se desarrolla en cinco fases
1. La llegada del objeto. (Aparición de los monstruos, aterrizaje de la nave espacial extraña, etcétera.) Habitualmente, esto es presenciado o sospechado por solo una persona, un joven científico en el curso de un trabajo de campo. Nadie, ni sus vecinos, ni sus colegas, le creerán durante un tiempo. El héroe no está casado, pero tiene una novia agradable, aunque también incrédula.
2. Confirmación del informe del héroe por multitud de testigos presenciales de un gran acto de destrucción (Si los invasores son seres de otro planeta, un infructuoso intento de parlamentar con ellos e invitarlos a marcharse pacíficamente.) La policía local es convocada para hacer frente a la situación y masacrada.
3. En la capital del país tienen lugar reuniones cumbre entre científicos y militares, y el héroe da explicaciones ante un plano, un mapa o una pizarra. Se declara el estado de emergencia nacional. Informes de nuevas destrucciones. Llegan autoridades de otros países en negras limusinas. Todas las tensiones internacionales ceden ante la emergencia planetaria. Esta fase suele incluir un rápido montaje de noticias radiadas en varias lenguas, una reunión en la ONU y nuevas conferencias entre militares y científicos. Se hacen planes para destruir al enemigo.
4. Nuevas atrocidades. En algún momento la novia del héroe se halla en grave peligro. Contraataques masivos de fuerzas internacionales, con brillante exhibición de cohetes, rayos y otras armas avanzadas, resultan estériles. Enorme número de bajas militares, generalmente por incineración. Las ciudades son destruidas y/ o evacuadas. Hay aquí una escena obligada de multitudes dominadas por el pánico, huyendo en desorden por una autopista o un largo puente, dirigida por numerosos policías que, cuando la película es japonesa, llevan inmaculados guantes blancos, manifiestan una calma preternatunal y gritan en inglés de doblaje, “No se detengan. No hay por qué alarmarse”.
5. Más conferencias cuyo tema es: “Deben ser vulnerables a algo”. En tanto, el héroe ha estado trabajando en un laboratorio con este fin. La estrategia final, de la que todas las esperanzas dependen, es lanzada; el arma final –muchas veces un ingenio nuclear superpotente y todavía sin experimentar- es montada. Cuenta atrás. Rechazo definitivo del monstruo o los invasores. Intercambio de felicitaciones, mientras el héroe y su novia se abrazan y, mejilla contra mejilla, escudriñan los cielos resueltamente. “¿Será el último…?”

La película que he descrito sería en color y pantalla panorámica. Otro guión típico, el que expondremos a continuación es más simple, adecuado para películas en blanco y negro, con un presupuesto menor. Tiene cuatro fases.
1. El héroe (habitualmente, pero no siempre, un científico) y su novia, o su esposa y sus dos hijos, están pasándolo bien en algún tranquilo lugar ultranormal de clase media –su casa en un pueblo, o de vacaciones (acampando, remando)-. De pronto algo comienza a comportarse de modo extraño; o alguna inofensiva forma de vegetación crece monstruosamente y echa a andar. Si el personaje es representado al volante de un automóvil, algo horripilante surge en medio de la carretera. Si es de noche, extrañas luces se entrecruzan vertiginosas en el cielo.
2. Después de seguir las huellas del objeto, o determinar que “aquello” es radioactivo, o andar huroneando por el inmenso cráter –en resumen, después de llevar a cabo una rudimentaria investigación-, el héroe intenta precaver a las autoridades sin resultado; nadie cree en lo ocurrido. Pero el héroe tiene otra idea. Si el objeto es tangible, la casa es cuidadosamente protegida. Si el extraño invasor es un parásito invisible, es convocado un doctor o un amigo que no tarda en ser asesinado o “poseído” por el objeto.
3. El consejo de otras personas consultadas demuestra ser inútil. Entre tanto, “aquello” sigue cobrándose víctimas en la ciudad, que permanece inverosímilmente aislada del resto del mundo. Impotencia general.
4. Una de dos posibilidades: O bien el héroe se prepara a librar combate solo, y accidentalmente descubre el punto vulnerable del objeto, destruyéndolo; o bien consigue salir de la ciudad por algún medio, y logra presentar el caso ante autoridades competentes. Estas, en la misma línea del primer guión, pero en menos tiempo, despliegan una compleja tecnología que (después de fracasos iniciales) termina por prevalecer contra los invasores.
Otra versión del segundo guión se inicia con el héroe científico en su laboratorio, emplazado en la planta baja o en los sótanos de su agradable y lujoso hogar. En sus experiencias, sin pretenderlo, causa una horrible metamorfosis en alguna clase de plantas o animales que se hacen carnívoros y escapan a su control. O quizás sus experimentos le han producido heridas (a veces irreparables) o le han “invadido”. Quizás ha estado experimentando con radiación, o ha construido una máquina para comunicar con seres de otros planetas, o para transportarles a otros lugares o épocas.
Otra versión del primer guión implica el descubrimiento de alguna alteración fundamental en las condiciones de existencia de nuestro planeta, a consecuencia de pruebas nucleares, que llevará a la extinción de toda vida humana en unos pocos meses. Por ejemplo: la temperatura de la tierra se hace demasiado alta o demasiado baja para permitir la vida, o la tierra se parte en dos, o es cubierta gradualmente por el manto de la letal lluvia radioactiva.
Un tercer guión, ligeramente diferente de los otros, está relacionado con un viaje espacial, a la Luna o algún otro planeta. Comúnmente, los viajeros espaciales descubre que el territorio extraño que visitan está en estado de calamitosa emergencia, amenazado por invasores extraplanetarios o próximo a la extinción por la guerra nuclear. Los dramas finales del primero y del segundo guion son aquí incorporados, y a ello se añade el problema de salir del planeta condenado y/u hostil, para regresar a la tierra.
*
Soy, naturalmente, consciente de que hay miles de novelas de ciencia ficción (su apogeo fue en los últimos años cuarenta), por no mencionar las transcripciones de temas de ciencia ficción que con cada vez mayor frecuencia constituyen el argumento y tema principal de tebeos. Pero me propongo discutir las películas de ciencia ficción (el período actual comenzó en 1950 y continua, aunque con mucho menos vigor en la actualidad) como un subgénero independiente, sin referencia a otros medios de masas –y, más especialmente, sin referencia a las novelas de las que, en muchos casos, fueron adaptación-. Pues, si bien la novela y la película pueden compartir el mismo argumento, la diferencia fundamental entre los recursos de la novela y los del cine determina que sean muy diferentes.
Ciertamente, en comparación con la novela de ciencia ficción, las películas correspondientes tienen potencialidades únicas, una de las cuales es la representación inmediata de lo extraordinario: deformidad y mutación física, combate con misiles y cohetes, alucinantes rascacielos. Naturalmente, las películas son flojas allí donde las novelas de ciencia ficción (algunas de ellas) son fuertes: en lo científico. Pero, en lugar de una elaboración intelectual, pueden proporcionar algo que las novelas nunca podrían proporcionar: elaboración sensorial. En las películas, participamos de la fantasía de vivir la propia muerte y, lo que es más, la muerte de las ciudades, la destrucción de la humanidad misma, por medio de imágenes y sonidos, y no de palabras que deben ser traducidas por la imaginación.
Las películas de ciencia ficción no tratan de ciencia. Tratan de la catástrofe, que es uno de los temas más antiguos del arte. En las películas de ciencia ficción la catástrofe rara vez es concebida intensivamente; lo es siempre extensivamente. Es cuestión de cantidad y habilidad. Si se prefiere, es cuestión de escala. Pero la escala, especialmente en las películas en color y con pantalla panorámica (donde las películas técnicamente más convincentes y visualmente más interesantes son las del director japonés Inoshiro Honda y las del director norteamericano George Pal), lleva el problema a otro nivel.
Así, el cine de ciencia ficción (como un género contemporáneo muy diferente, el happening) está relacionado con la estética de la destrucción, con las peculiares bellezas que pueden procurarnos los estragos, la confusión. Y lo más importante de una buena película de ciencia ficción radica precisamente en la imaginería de la destrucción. De ahí la desventaja del filme barato, en el que el monstruo aparece o el platillo aterriza en una pequeña ciudad de aspecto aburrido. (El presupuesto de Hollywood necesita ordinariamente que  la ciudad esté situada en el desierto de Arizona o en el de California. En The thing from another world (1951), se supone que el escenario, más bien deteriorado y reducido, corresponde a un campamento próximo al Polo Norte) No obstante, se han realizado buenas películas de ciencia ficción en blanco y negro. Pero un presupuesto mayor, lo que de ordinario significa color, permite una gama de alternativas mucho mayor entre varias ambientaciones tipo. Está la populosa ciudad. Está el lujoso, ascético interior del ingenio espacial –el de los invasores o el nuestro- repleto de aparatos y controles de mando y maquinarias cromadas cuya complejidad es indicada por la serie de luces de colores que centellean en ellos y los extraños ruidos que emiten. Está el laboratorio atestado de formidables cajas y aparatos científicos. Está la sala de conferencias, de aspecto comparativamente pasado de moda, donde los científicos despliegan mapas para explicar a los militares el desesperado estado de las cosas. Y cada uno de estos locales o escenarios modelo está sujeto a dos posibilidades: intactos y destruidos. Si tenemos suerte, podemos deleitarnos ante un panorama de tanques que se funden, cuerpos que vuelan, muros que derrumban, horribles cráteres y fisuras en la tierra, aparatos espaciales que se desploman, abigarrados rayos mortíferos; y ante una sinfonía de gritos, señales electrónicas sobrenaturales, la más ruidosa quincallería militar, y los tristes tonos de los lacónicos habitantes de otros planetas y de sus subyugados terrícolas.
Algunas de las primeras gratificaciones de los filmes de ciencia ficción –por ejemplo, la representación de la catástrofe urbana en una escala colosalmente magnificada- son características también de otro tipo de películas. Visualmente, hay escasa diferencia entre un estrago masivo tal como es representado en las antiguas películas de horror y monstruos y el que encontramos en los filmes de ciencia ficción excepto, (una vez más) en la escala. En los antiguos filmes de monstruos, el monstruo siempre se dirigía a la gran ciudad, donde le correspondía desmadrarse considerablemente, lanzar autobuses desde los puentes, retorcer trenes entre sus garras, derribar edificios, etc. El arquetipo es King Kong, en la gran película de 1933, de Schoedsack y Cooper, corriendo sediento de sangre, primero en el pueblo nativo (pisoteando niños, lo que fue recortado en la mayoría de las copias) y luego en Nueva York. Esto en realidad no difiere en esencia de Rodan (1957), de Inoshiro Honda, en la que dos gigantescos reptiles –con una longitud de alas de ciento cincuenta metros y velocidades supersónicas- con el simple aletear desencadenan un ciclón que reduce a escombros la mayor parte de Tokio. O la destrucción de medio Japón por un gigantesco robot gracias al gran rayo incinerador que lanza por sus ojos en el comienzo de The Myterians de Honda (1959). O la devastación de Nueva York, Paris y Tokio, mediante los rayos lanzados por una flota de platillos volantes en Battle in outer space (1960). O la inundación de Nueva York en When worlds collide (1951). O el fin de Londres de 1966 descrito en The time machine(1960) de George Pal. Tampoco difieren estas secuencias en intención estética de las escenas de destrucción de las espectaculares películas de épocas biblícas y romanas de orgía, color, espada y sandalia (el fin de Sodoma en Sodoma y Gomorra, de Aldrich, de Gaza en Sansón y Dalila, de Rodas en El coloso de Rodas, y de Roma en una docena de películas de Nerón.) Griffith inició esto con la secuencia de Babilonia en Intolerancia y, hasta el día de hoy, no hay nada más excitante que ver como se desmoronan los costosos decorados.
También en otros aspectos, las películas de ciencia ficción de los años 50 utilizaron temas familiares. Las famosas películas en episodios y los tebeos de los años 30 sobre las aventuras de Flash Gordon y Buck Rogers, así como la más reciente ola de superhéroes de historietas con orígenes extraterrestres (el más célebre de los cuales es superman, un huérfano del planeta Krypton, del que en la actualidad se suele decir que fue propulsado por una ráfaga nuclear), se inspiran en idénticos motivos a los de las películas de ciencia ficción más nuevos. Pero hay una importante diferencia. Las antiguas películas de ciencia ficción, y la mayoría de los tebeos, mantienen todavía una relación esencialmente inocente con la catástrofe. Fundamentalmente, ofrecen nuevas versiones del romance más antiguo de todos, el del héroe poderoso e invulnerable de misterioso origen, que acude siempre a luchar en defensa del bien y contra el mal. Las recientes películas de ciencia ficción exhiben un autentico horror, reforzado por su mucho mayor grado de verosimilitud visual, que contrasta considerablemente con las viejas películas. La moderna realidad histórica ha contribuido en gran medida a extender la imaginación de la catástrofe. Los protagonistas –quizás por la naturaleza misma que de ellos se nos muestra- han dejado ya de parecer enteramente inocentes.
El señuelo de esta catástrofe generalizada como fantasía es lo que nos libera de las obligaciones normales. La carta de triunfo de las películas sobre el fin del mundo –como The day the earth caugth fire (1962)- es aquella gran escena con Nueva York o Londres o Tokio vacías, con la totalidad de su población aniquiladas. O como en The world, the flesh and the devil (1957), toda la película puede consagrarse a la fantasía de ocupar las metrópolis desiertas y recomenzarlo todo: un mundo a lo Robinson Crusoe.
Otro tipo de satisfacción proporcionado por estas películas es la extrema simplificación moral, es decir, una fantasía moralmente aceptable, donde se puede dar cabida a sentimientos crueles o, al menos, amorales. A este respecto, las películas de ciencia ficción coinciden en parte con las películas de terror. Este es el innegable placer que obtenemos de la contemplación de fenómenos de la naturaleza, de seres excluidos de la categoría de lo humano. El sentido de superioridad sobre el fenómeno, mezclado en distintas proporciones con la emoción del miedo y la aversión, permite abandonar los escrúpulos morales, deleitarse en la crueldad. Lo mismo sucede en las películas de ciencia ficción. En la figura del monstruo del espacio exterior, lo monstruoso, lo feo y lo rapaz convergen proporcionando un blanco de fantasía para que la honesta belicosidad se descargue, y para el goce estético ocasionado por el sufrimiento y el desastre. Las películas de ciencia ficción, son una de las formas más puras de espectáculo; con ellas, rara vez nos internamos en los sentimientos de nadie. (Una excepción la tenemos en The incredible shrinking man, de Jack Arnold, 1957.) Somos meros espectadores; observamos.
Pero en las películas de ciencia ficción, a diferencia de las de terror, no hay demasiado terror. La tensión, la emoción violenta, las sorpresas, son desechadas en su mayor parte a favor de un argumento rígido, inexorable. Las películas de ciencia ficción invitan a una concepción desapasionada, estética, de la destrucción y la violencia: una concepción tecnológica. Cosas, objeto, maquinarias, desempeñan un papel protagónico en estas películas. En el decorado de estas películas se encarna una gama de valores éticos mayor que en la gente. Las cosas, más que los indefensos humanos, son portadoras de valores, porque las sentimos, más que a la gente, como fuentes de poder. Según las películas de ciencia ficción, el hombre, sin sus artefactos, está desnudo. Las cosas representan diferentes valores, son poderosas, son lo que es destruido y son los instrumentos indispensables para rechazar a los invasores extraños, o para reparar el ambiente dañado.
*
Las películas de ciencia ficción son marcadamente moralistas. El mensaje característico se refiere al uso adecuado, o humano, de la ciencia contra su uso demente, obsesivo. Comparten este mensaje con las películas clásicas de horror de los años 30, como  Frankenstein, The Mummy, The island of lost souls, Dr. Jeckill and Mr. Hyde (Un ejemplo más reciente lo tenemos en la brillante producción Les yeux sans visage de Georges Franju, 1959) En las películas de terror no falta el científico loco, u obseso, o desviado que persiste en sus experimentos pese a los buenos consejos en contra que recibe, crea un monstruo, o unos monstruos, y es destruido (frecuentemente tras reconocer su locura y pereciendo en el esfuerzo, exitoso, por destruir su propia creación). Una ficción científica equivalente a esta es la del científico, habitualmente miembro de un equipo, que se rinde ante los invasores planetarios porque “su” ciencia es más avanzada que la “nuestra”.
Este es el caso en The misterians, y, fiel a las formas, el renegado ve finalmente su error y destruye desde el interior el artefacto espacial “misteriano”, poniendo así término a su propia vida. En This Island Earth (1955), los habitantes del sitiado planeta Metaluna se proponen conquistar la Tierra, pero su proyecto es frustrado por un científico metalunano llamado Exeter, que, por haber vivido un tiempo en la tierra y gustar de Mozart, no puede soportar semejante maldad. Exeter sumerge su ingenio espacial en el océano después de devolver a una fascinante pareja (varón y hembra) de físicos americanos a la tierra. Metaluna muere. En The Fly (1958), el héroe dedicado por entero a sus experiencias de laboratorio con una máquina de transmisión de materia, se utiliza a sí mismo como sujeto experimental, cambia su cabeza y sus brazos por pares equivalentes a una mosca que ha caído accidentalmente en el artefacto y se convierte en un monstruo; con su último resto de voluntad humana destruye su laboratorio y ordena a su esposa que le mate. Su descubrimiento, para el bien de la humanidad, se pierde.
Los científicos de las películas de ciencia ficción, al constituir una especie intelectual claramente  etiquetada, son siempre propensos al colapso nervioso o a la pérdida del tino. En Conquest of space (1955), el comandante científico de una expedición internacional a Marte empieza a preocuparse súbitamente por la blasfemia que la empresa supone, y comienza a mitad del viaje a leer la Biblia, en vez de atender sus funciones. El hijo del comandante, que es el segundo comandante y siempre se dirige a su padre llamándole “general”, se ve forzado a matar al viejo cuando este intenta impedir que el ingenio espacial aterrice en Marte. En esta película se expresan los dos aspectos de ambivalencia respecto de los científicos. Generalmente, para que estas películas traten con entera simpatía una empresa científica, se requiere el certificado de utilidad. La ciencia, considerada sin ambivalencia, representa una respuesta efectiva al peligro. La curiosidad intelectual desinteresada rara vez se presenta en una forma distinta de la caricatura, como demencia maníaca separada de las relaciones humanas normales. Pero esta sospecha suele dirigirse más hacia el científico que a su trabajo. El científico creador puede convertirse en mártir de su propio descubrimiento, accidentalmente o por llevar las cosas demasiado lejos. Pero ello implica la posibilidad de que otros individuos menos imaginativos –en resumen, los técnicos- puedan administrar el mismo descubrimiento mejor y con más seguridad. La más arraigada desconfianza contemporánea respecto del intelecto se dirige, en estas películas, al científico en cuanto intelectual.
El mensaje de que el científico es quien libera fuerzas que, de no ser controladas para el bien, podrían destruir al hombre mismo, parece bastante inofensivo. Una de las imágenes más antiguas del científico es la del Próspero de Shakeaspeare, el estudioso superdistanciado obligado a retirarse de la sociedad a una isla desierta, que controla solo parcialmente las fuerzas mágicas en las que se interesa. Igualmente clásica es la figura del científico satánico (El Dr. Fausto y los relatos de Poe y Hawthorne). La ciencia es magia y el hombre siempre ha sabido que hay magia negra así como también magia blanca. Pero no basta con advertir que las actitudes contemporáneas –tal como lo reflejan las películas de ciencia ficción- siguen siendo ambivalentes, que el científico es tratado a la vez como personaje satánico y como salvador. Las proporciones han cambiado debido al nuevo contexto en que la antigua admiración y el antiguo temor al científico se han situado. Pues, en efecto, su esfera de influencia ha dejado de ser local, tanto por lo que respecta a él como por lo que respecta a su comunidad inmediata. Ahora es planetaria, cósmica.
Se tiene la impresión, especialmente ante las películas japonesas, pero no solo ante ellas, de que existe un trauma masivo en lo tocante al uso de armas nucleares y la posibilidad de futuras guerras nucleares. La mayoría de estas películas de ciencia ficción dan testimonio de este trauma y, en cierto sentido, intentan exorcizarlo.
El despertar accidental del monstruo superdestructivo que ha dormido en la tierra desde la prehistoria suele ser una metáfora obvia de la Bomba. Pero hay también muchas referencias explícitas. En The Mysterians, una aeronave espacial del planeta Misterioide ha aterrizado en el planeta Tierra, cerca de Tokio. Por haberse practicado en Misterioide la guerra nuclear durante siglos (su civilización es “más avanzada que la nuestra”), el noventa por ciento de los nacidos en el planeta deben ser eliminados en el momento del parto, a causa de las deficiencias producidas por inmensas cantidades de estroncio 90 en su dieta. Los misterianos han venido a la Tierra para casarse con terrícolas, y posiblemente dominar nuestro relativamente incontaminado planeta… En The Incredible Schrinking Man, el héroe John Doe es víctima de una ráfaga radiactiva que flota sobre el agua mientras él rema con su mujer, la radiación tiene por consecuencia una reducción cada vez mayor de su tamaño, hasta que al final de la película atraviesa la fina malla de una cortina convertido en “el infinitamente pequeño”. En Rodan un horda de monstruosos insectos carnívoros prehistóricos y finalmente una pareja de gigantescos reptiles voladores (los prehistóricos Arqueopteryx) salen de unos huevos conservados en vida latente en las profundidades del pozo de una mina a consecuencia del impacto de explosiones nucleares experimentales, y llegan a destruir buena parte del mundo antes de ser engullidos por la lava de una erupción volcánica… En la película inglesa The day The Earth Caugth Fire dos bombas de hidrógeno probadas simultáneamente por Estados Unidos y Rusia, modifican en 11 grados la inclinación del eje de la Tierra y alteran su órbita de un modo tal que esta comienza a acercarse al sol.
Las víctimas de la radiación –en último término, la concepción del conjunto del mundo como víctima de pruebas nucleares y guerra nuclear- representan la más ominosa de todas las nociones a que refieren las películas de ciencia ficción. Los universos se tornan prescindibles. Los mundos se contaminan, se vuelven ígneos, se consumen, perecen. En Rocketship X M (1950) exploradores terrícolas aterrizan en Marte, donde descubren que la guerra atómica ha destruido la civilización marciana. En War of the Wolrds (1953), de George Pal, criaturas de Marte, de piel escamosa, rojiza, largas y delgadas, invaden la Tierra porque su planeta se ha hecho demasiado frío para ser habitable. En This Island Earth, también norteamericana, el planeta Metaluna, cuya población se ha visto obligada a vivir bajo la tierra a causa de la guerra, está a punto de desaparecer, víctima de los ataques con misiles de un planeta enemigo. Las disponibilidades de uranio que proporcionan la energía del campo de fuerza que protege Metaluna, se ha agotado; y una fracasada expedición es enviada a la tierra para reclutar científicos terrícolas que creen nuevas fuentes de energía nuclear. En The Damned (1961), de Joseph Losey, nueve niños radiactivos congelados son criados por un científico fanático en una oscura cueva de la costa inglesa, y preparados para ser los únicos supervivientes del inevitable Apocalipsis nuclear.
Hay una considerable cantidad de ilusionismo en las películas de ciencia ficción, en ocasiones conmovedor, en ocasiones deprimente. Una y otra vez se percibe el anhelo de una “guerra buena”, que no plantee problemas morales, que no admita calificaciones morales. La imagineria de las películas de ciencia ficción quiere satisfacer al adicto más belicoso a las películas de guerra, pues gran parte de las satisfacciones de las películas de guerra pasan sin transformación a las películas de ciencia ficción. Ejemplos: Las batallas entre “cohetes de combate” terráqueos y artefactos espaciales invasores en Battle in outer space (1960); la cada vez mayor potencia del fuego en los sucesivos ataques a los invasores en The Mysterians, que Dan Talbot describió correctamente como un holocausto ininterrumpido, el espectacular bombardeo de las fortalezas subterráneas de Metaluna en This Island Earth.
No obstante, la belicosidad de las películas de ciencia ficción es, al mismo tiempo, hábilmente canalizada hacia el deseo de paz o, al menos, de coexistencia pacífica. Generalmente hay un científico que recuerda sentenciosamente el hecho de que fue necesaria la invasión al planeta para que las naciones en guerra de la Tierra volvieran a sus cabales y suspendieran sus propios conflictos. Uno de los principales temas de muchas películas de ciencia ficción –generalmente de las de color porque tienen el presupuesto y los recursos adecuados para desplegar el espectáculo militar- es la fantasía de las Naciones Unidas, una fantasía de guerra en la unidad. (Este mismo tema, lleno de esperanzas de las Naciones Unidas fue explotado recientemente en una película espectacular, ya no de ciencia ficción, Fifty Five Days in Pekin (1963). En ella, cosa que no deja de ser tópica, los chicos, los bóxers, desempeñan el papel de los invasores marcianos que unen a los terrícolas, en este caso Estados Unidos, Inglaterra, Rusia, Francia, Alemania, Italia y Japón.) Un desastre de proporciones considerables cancela todas las enemistades y determina la concentración extrema de los recursos de la Tierra.
La ciencia –la tecnología- es concebida como la gran unificadora. De este modo, las películas de ciencia ficción proyectan también una fantasía utópica. En los modelos clásicos del pensamiento utópico, La República de Platón, la Ciudad del Sol de Campanella, la Utopía de Moro, la tierra de los Houthnhnms de Swift, el Eldorado de Voltaire, la sociedad ha elaborado un perfecto consenso. En estas sociedades, la racionalidad ha conseguido una inquebrantable supremacía sobre las emociones. Al no haber desacuerdo ni conflicto social intelectualmente verosímil, ninguna sería posible. Como en Typee, de Melville, “todos piensan lo mismo”. El gobierno universal de la razón significa consenso universal. Es también interesante que en las sociedades en las cuales la razón era descrita poseedoras de un modo de vida ascético o materialmente frugal o económicamente simple. Pero en la comunidad utópica mundial proyectada por las películas de ciencia ficción, totalmente pacificada y regulada por el consenso científico, sería absurda la demanda de simplicidad en la existencia material.
*
Y, con todo, en las películas de ciencia ficción, junto a la esperanzadora fantasía de simplificación moral y unidad internacional que estas encarnan, acechan las más profundas angustias por la existencia contemporánea. Y no me refiero solamente al muy real trauma de la bomba –que ha sido utilizada, que las hay en la actualidad en número suficiente para matar repetidas veces a todos los habitantes de la tierra y que las que existen muy bien podrían ser utilizadas-. Además de estas nuevas angustias por la catástrofe física, de la perspectiva de una mutilación universal y aún una mutilación, las películas de ciencia ficción reflejan poderosas angustias por la condición psicológica individual.
Pues las películas de ciencia ficción, en efecto, también pueden ser descritas como una mitología popular para la imaginación negativa contemporánea de la impersonal. Las criaturas de otros mundos que pretenden dominarnos son “aquello”, no “ellos”. Los invasores interplanetarios son de ordinario seres de ultratumba, por así decirlo. Sus movimientos son fríos y mecánicos, torpes o sinuosos. Pero vienen a ser lo mismo. Si son de forma no humana, avanzan con movimientos absolutamente regulares, inalterables (salvo por la destrucción). Si su forma es humana, -vestidos con trajes espaciales, etcétera-, entonces obedecen a la más rígida disciplina militar y no exhiben, en ningún caso, característica personal alguna. Y, de lograr su propósito, será este régimen de ausencia de emociones, de impersonalidad, de disciplina férrea, el que impondrán sobre la Tierra. “No más amor. No más belleza. No más dolor”, proclama un terrícola converso en The Invasion of the Body Snatchers (1956). Los niños, medio terrícolas, medio extraterrestres de The Village of the Damned (1960), carecen por entero de emociones, se mueven en grupo y se comunican por telepatía, poseyendo todos ellos intelectos prodigios; todos son la avanzadilla del futuro, el hombre en su próximo estadio de desarrollo.
Estos invasores cometen un crimen peor que el asesinato. No se contentan con matar a l persona. La borran por entero. En War of the Worlds, el rayo lanzado desde el cohete espacial desintegra todas las personas y todos los objetos que encuentra a su paso, dejando de ellos, por toda huella, un rastro de ceniza. En The H-Man, de Honda, la mancha creciente funde toda la materia orgánica con la que entra en contacto. Si la mancha, que asemeja un enorme trozo de gelatina roja y que puede arrastrarse por los suelos y subir bajar de los muros, llega a los pies de un individuo, todo lo que queda de él es un montón de ropas en el piso. (Una mancha más articulada y que modifica su tamaño es el villano de la película inglesa The Creeping Unknown 1956.) En otra versión de esta fantasía, el cuerpo es respetado, pero la persona es enteramente reconstruida en su condición de sirviente o agente autómata de los poderes extraños. Esta es, naturalmente, la fantasía del vampiro con otros ropajes. La persona, en realidad, está muerta, pero no lo sabe. Es la negación de la muerte; se ha convertido en la negación de la persona. Lo mismo sucede a toda la ciudad de California en The Invasion of the Body Snatchers, a varios científicos terráqueos en This Island Earth, y a distintos inocentes en It Came from Outer Space, Attack of the Puppet People (1958) y The Brain Eaters (1958). Así como la víctima rehuye siempre el horripilante abrazo del vampiro, los personajes de las películas de ciencia ficción siempre se resisten a ser <>; quieren retener su humanidad. Pero una vez realizado el acto las víctimas se muestran, eminentemente satisfechas de su condición. No han sido convertidas de la amabilidad humana a la monstruosa avidez de sangre “animal” (una exageración metafórica del deseo sexual), como en la antigua fantasía del vampiro. Simplemente, se han tornado más eficientes: el modelo por excelencia del hombre tecnocrático, purgado de sus emociones, sin voliciones, tranquilo, obediente a todas las órdenes (El oscuro secreto de la naturaleza humana solía ser el renacimiento de lo animal, como en King Kong. La amenaza al hombre, su disponibilidad para la deshumanización, radicaba en su propia humanidad. Ahora, se supone que el peligro reside en que el hombre se convierta en máquina)
La regla, naturalmente, es que esta irremediable y horrible forma de asesinato pueda terminar con cualquiera de los personajes de la película, excepto, con el héroe. El héroe y su familia, gravemente amenazados, siempre se libran de este destino, y, al final de la película, los invasores han sido rechazados o destruidos. Solo conozco una excepción: The day that Mars Invaded Earth (1963), en la que, después de las luchas habituales, el héroe científico, su mujer y sus dos niños son <> por los extraños invasores… y eso es todo. Los últimos minutos del filme nos muestran su desintegración por los rayos marcianos y sus siluetas de cenizas que se desvanecen al caer en su piscina vacía, mientras sus simulacros se alejan en el coche de la familia. Otra variante, si no un desvío profundo de la regla, la tenemos en The Creation of the Humanoids (1964) donde el héroe descubre, al final de la película, que también él ha sido convertido en un robot de metal, completo, con una eficiencia superior e interiores mecánicos virtualmente indestructibles, aunque sin saberlo ni descubrir en si ninguna diferencia. Sin embargo, comprende que no tardara en ascender a “humanoide”, con todas las propiedades de un hombre real.
De todos los motivos habituales de las películas de ciencia ficción, quizás esta tesis de la deshumanización sea la más fascinante. Pues, como he indicado, difícilmente cabe una situación mixta como en las antiguas películas vampiros. La actitud de las películas de ciencia ficción respecto de la despersonalización en ambigua. Por una parte, la deploran como el supremo horror. Por la otra, ciertas características de los invasores deshumanizados, moduladas y disfrazadas –como el predominio de la razón sobre los sentimientos, la idealización del trabajo en equipo y de las actividades científicas creadoras de consenso, así como un marcado grado de simplificación moral- son, precisamente, rasgos del sabio-científico. Es interesante comprobar que en estas películas, cuando el sabio es tratado negativamente, suele serlo mediante el retrato de un científico individual absorto en su laboratorio, que descuida a su prometida o a su amante esposa y a sus niños, obsesionado por sus audaces y peligrosos experimentos. El científico, en cuanto miembro leal de un equipo y por lo tanto, mucho menos individualizado, es tratado muy respetuosamente.
No hay absolutamente ninguna crítica social, ni siquiera del tipo más implícito, en las películas de ciencia ficción. No hay crítica alguna, por ejemplo, de las condiciones de nuestra sociedad que crea la impersonalidad y la deshumanización que las fantasías de la ciencia ficción desplazan a la influencia de un “aquello” extraño. Asimismo, es desconocida la noción de ciencia como actividad social relacionada con intereses sociales y políticos. La ciencia no pasa de ser aventura (para bien o para mal), o respuesta técnica al peligro. Y, característicamente, cuando el temor a la ciencia es supremo –cuando la ciencia es concebida como magia negra más que como magia blanca-, el mal no tiene atribución alguna más allá de la perversa voluntad del científico individual. En las películas de ciencia ficción, la antítesis entre magia negra y magia blanca es presentada como una brecha entre la tecnología, con sus efectos benéficos, y la voluntad individual errante de un intelectual solitario.
Así, las películas de ciencia ficción pueden ser pensadas como alegoría temáticamente central, repleta de actitudes modernas corrientes. La tesis de la despersonalización (ser “poseído”), de la que he estado hablando, es una nueva alegoría, que refleja la vieja conciencia del hombre de que, aún cuerdo, está siempre peligrosamente próximo a la locura y a la sinrazón. Pero aquí hay algo más que una reciente imagen popular que expresara la perpetua, aunque en gran parte inconsciente, angustia del hombre por su cordura. La imagen obtiene la mayor parte de su fuerza de una angustia complementaria e histórica, que tampoco experimenta conscientemente la mayoría de la gente, por las despersonalizantes condiciones de la vida urbana moderna. De modo semejante, no basta con advertir que las alegorías de la ciencia ficción constituyen uno de los nuevos mitos –es decir, una de las maneras de adaptarse y negar- sobre la perenne angustia humana sobre la muerte. (Los mitos del cielo y el infierno y los fantasmas tuvieron la misma función.) Pues, de nuevo, hay una vuelta d tuerca históricamente especificable que intensifica la angustia. Me refiero al trauma sufrido por todos a mediados del siglo XX, cuando se vio con claridad que, desde entonces y hasta el término de la historia humana, todas y cada una de las personas pasarían su vida individual bajo la amenaza, no solo de su propia muerte, que es segura, sino bajo la sombra de algo psicológicamente casi insoportable: la incineración y la extinción colectivas, que pueden sobrevenir en cualquier momento, prácticamente sin advertencia.
Desde un punto de vista psicológico, la imaginación del desastre no difiere mucho de un período histórico a otro. Pero si lo hace desde un punto de vista político y moral. La expectativa del apocalipsis puede representar la ocasión de una desvinculación radical de la sociedad, como cuando millares de judíos europeos orientales, en el siglo XVII, a oír que el Sabatai Zeví había sido proclamado mesías y que el fin del mundo era inminente, abandonaron sus hogares y ocupaciones y se pusieron en marcha hacia Palestina. Pero la gente acoge las noticias de su destino de diversas maneras. Se dice que en 1.945 la población de Berlín recibió sin gran agitación la noticia de que Hitler había decidió matarlos a todos, antes de la llegada de los aliados, porque no habían sido capaces de ganar la guerra. Estamos, ¡ay!, más cerca de los berlineses de 1.945 que de los judíos de la Europa Oriental del siglo XVII; y nuestra respuesta también es más próxima a la de ellos. Lo que quiero decir es que la imaginería del desastre en la ciencia ficción es, sobre todo, el emblema de una respuesta inadecuada. No pretendo apoyarme solo en las películas al hacer tal proposición. Las películas son solo una muestra, carente de toda sofisticación, de la inadecuación de la respuesta de la mayoría de la gente a los terrores inasimilables que infestan la conciencia. El interés de las películas, aparte del considerable valor de su encanto cinematográfico, consiste en este cruce entre un producto ingenuo y en gran parte adulterado del arte comercial y los dilemas más profundos de la situación contemporánea.
*
La nuestra es, verdaderamente, una época de penurias. Vivimos bajo la continua amenaza de dos destinos igualmente temibles, pero en apariencia opuestos: la banalidad inagotable y el terror inconcebible. Es la fantasía, servida en abundantes raciones por las artes populares, lo que permite la mayoría de la gente hacer frente a estos dos espectros gemelos. Porque un servicio que la fantasía puede rendirnos es el elevarnos por encima de la insoportable rutina y distraernos de los terrores –reales o anticipados- mediante la huída a lo exótico, a situaciones peligrosas con finales felices de último minuto. Pero otra de las cosas que la fantasía puede hacer es normalizar lo psicológicamente insoportable, habituándonos así a ello. En un caso, la fantasía embellece al mundo; en el otro, lo neutraliza.
La fantasía de las películas de ciencia ficción realiza las dos tareas. Las películas reflejan angustias extendidas por todo el mundo y sirven para aliviarlas. Inculcan una extraña apatía respecto de los procesos de irradiación, contaminación y destrucción que, personalmente, encuentro obsesionantes y deprimentes. El ingenuo nivel de las películas modera hábilmente el sentido de alteridad, de alienidad, respecto de lo groseramente familiar. En particular, el diálogo de la mayoría de las películas de ciencia ficción, que es una validad monumental, pero que muchas veces conmovedoras, las hace maravillosamente, inintencionadamente divertidas. Frases como “De prisa, corre, hay un monstruo en mi bañera”, “Hay que hacer algo”, “Espere profesor, le llaman por teléfono”, “pero, es increíble” y ese antiguo recurso norteamericano “espero que funcione”, son hilarantes en el contexto del pintoresco y ensordecedor holocausto. Sin embargo, las películas también contienen algo que es doloroso y de una seriedad mortal.
En un aspecto, todas estas películas están en complicidad con lo repugnante. Lo neutralizan, como he dicho. Quizá no se trate sino del modo en que todas las artes arrojan a sus espectadores en un círculo de complicidad con la cosa representada. Pero en estas películas tenemos que habérnoslas con cosas que son (muy literalmente) impensables. Aquí, el pensar lo impensable –no a la manera de Herman Kahn, en cuanto tema de cálculo sino en cuanto tema de fantasía- se convierte, no importa cuán inadvertidamente, en un acto en cierto modo incuestionable desde un punto de vista moral. Las películas perpetúan tópicos acerca de la identidad, la volición, el poder, el conocimiento, la felicidad, el consenso social, la culpa, la responsabilidad, que, en el mejor de los casos, no contribuyen a resolver nuestra actual penuria. Pero las pesadillas colectivas no se pueden desvanecer mostrando que son, intelectual y moralmente engañosas. Esta pesadilla, la reflejada en varios tonos, en las películas de ciencia ficción- está demasiado próxima a nuestra realidad.

(1965)             

Carta abierta a don ladron


Señor arrebatador de carteras en la vía pública: La conciencia de clase no me deja pasar esta oportunidad sin expresar lo inconveniente de su negocio. Tras romper mi cartera, con un uso de ya 2 años, es decir, totalmente amortizada, Ud. logra un beneficio, que está lejos de ser proporcional con los perjuicios que me atañen, y muchísimo más lejos del bien que le genera al sistema capitalista que, precisamente, promueve y favorece la existencia de este tipo de prácticas.
En primer lugar, Ud se lleva una cartera con la suma de $50 que alcanzan para… supongamos 7 Kg de pan? 8 cervezas? 10 porros? Y un celular que puede vender a, muy generosamente, otros $50. El resto de lo que contiene mi cartera no vale para nada, salvo que quiera regalarle a alguna novia mi llavero, mi billetera, mi monedero, mi lápiz de manteca de cacao fruity shine de cereza (aunque posiblemente Ud encuentre la manera de re-valorizarlos), todo usado.
Ahora, una vez que usted desaparece con todo eso y a mi no me queda más que hacerme penca en la comisaría más cercana (porque el oficial de servicio fue a atender un choque en el autopista y no hay nadie más que pueda tomarme la denuncia)[1] y bancarme el saludo falsamente cordial de las operadoras de Link, Visa y Banelco[2], a lo que tengo que agregar la insoportable grabación de Susana Gimenez, Martin Palermo, Ariel Ortega y Echarri en el *611 de Claro, comienza un camino de erogaciones muy poco funcional para ambos.
Link me cobra cerca de $40, para reponerme el plástico, Visa unos 60 aproximadamente, Claro quiere hacerme un recargo de ciento y pico porque estoy tratando de renovar mi aparato antes que se cumpla un año del último que compre para mi línea. Además, tendré que pagar $30 en el registro civil para que me den un nuevo DNI y otros tantos pesos a alguna marca confeccionadora de carteras, billeteras y monederos. A eso, se le agregan los $300 que cuesta una cerradura nueva de la casa (por las dudas) más los $20 que gastare en las nuevas copias de las llaves perdidas. 
Si sumo todo, resulta que en el lapso de más o menos una semana, terminare dando voluntariamente, cerca de $1.000 a “personas” que, si bien viven del comercio y el intercambio de objetos por dinero, terminan obteniendo un beneficio muchísimo mayor que el que usted logro al hacerse con mi cartera, no porque la suma sea considerable, sino porque alimenta y reactualiza al sistema.
Claro está, que quien más pierde soy yo. Aunque, en tren de sinceridad, no es que gastar me genere ningún tipo de malestar[3], sino más bien que mi dinero vuelve a quienes más tienen, o para decirlo de otra manera, a quienes menos lo necesitan. Para link, los $40 que vale mi tarjeta, es un grano de arena en una playa. Sin embargo, para mí, $40 es el boleto de toda una semana para ir y volver de mi trabajo, ¿para usted, cuanto es $40? ¿Y los mil?
En definitiva, pienselo, capaz que podría re-ver las condiciones de su negocio y lograr mayores beneficios por el mismo o menos riesgo. Al fin de cuentas, esta delincuencia, aparentemente le reporta ganancias mucho más exiguas que las que le reporta a otros, no llamados delincuentes.


[1] Tengo la sospecha que es el único que sabe escribir.
[2] “¡Buenas noches! Ud se ha comunicado…” o “Hasta luego, que tenga unas buenas tardes”. Buenas tardes? Llamo para cancelar mis tarjetas!! ¿Te parece que puedo llegar a tener unas buenas tardes/ noches y lo que resta de la semana pendeja de mierda!!!???
[3] Más bien sería todo lo contrario, salvo por el desafortunado hecho de que no tenía ninguna intención de invertir mi dinero en estos menesteres.